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17 junio,2025

El Rincón del Giróvago

  • Entre el rugido de los leones y la neblina de la guerra, mi reflexión personal sobre Israel, Irán y nuestro lugar en el tablero
  • Por Giróvago Errabundo

Clase Turista

Confieso que no puedo evitar una mezcla de fascinación y horror cuando el mundo se sacude con un conflicto como el que acaba de estallar entre Israel e Irán. Como quien mira el fuego desde la colina, no dejo de observar, compulsivamente, la mecánica de los misiles, la frialdad estratégica, los discursos encendidos de los gobiernos. Pero también me estremecen los cuerpos, los civiles, la infancia rota. Es como si la historia, en lugar de aprender, hubiera perfeccionado sus máquinas de repetición.

La operación Rising Lion no es un hecho aislado. Es un grito. Israel lanzó más de 200 ataques aéreos sobre objetivos militares y nucleares iraníes el 13 de junio. No fue una escaramuza: fue una decisión deliberada de escalar, de mostrar músculo, de asumir un riesgo geopolítico que puede incendiar Medio Oriente de nuevo. Más de 70 muertos, cientos de heridos, la ciudad de Teherán paralizada, los mercados globales tambaleando… y Tel Aviv bajo fuego de drones y cohetes.

No es solo geopolítica. Es la arrogancia de los halcones, es la diplomacia arrinconada. Según la periodista Robin Wright, Irán no estaba tan cerca de la bomba como para justificar un ataque de este tipo. Pero Netanyahu eligió la guerra sobre la contención. Y a mí no me sorprende. Me inquieta. Me recuerda que los poderosos siempre encuentran excusas para imponer su orden, incluso cuando este se cimienta sobre sangre.

Y entonces, como en una película que ya vimos, aparece Donald Trump.Otra vez. Siempre Trump.

Este conflicto se gesta también en la ruptura del acuerdo nuclear de 2018, una decisión trumpista que desactivó los pocos frenos que quedaban sobre el uranio iraní. Ahora, sin brújula diplomática, el evuelve a aplaudir la agresión militar como si de un espectáculo se tratara. Lo hace mientras levanta una cruzada contra los migrantes, militariza la frontera, y pone a México en la mira como chivo expiatorio perfecto.

Cuando las guerras lejanas se sienten demasiado cerca. Porque sí, esto tiene que ver con nosotros. Cada misil en Irán resuena en nuestras calles cuando Estados Unidos, como un imperio desbordado y engreído, redobla su vigilancia sobre la frontera sur, sanciona y expulsa, y nos culpa con el mismo desprecio con que mira a los palestinos desde el otro lado del muro.

No somos neutrales. No podemos ni debemos serlo. En este ajedrez, nosotros no somos peones. Somos rehenes económicos, vecinos indeseables, eslabón en una cadena que produce soldados, refugiados, recursos. Mientras Israel e Irán se enredan en su juego atómico, los países del sur seguimos pagando la factura de una paz global rota, de un orden internacional que solo favorece a quienes pueden imponerlo a fuerza de guerra.

Me inquieta —como latinoamericano, como ser humano— que la violencia se haya vuelto una herramienta normalizada de negociación. Que no importe cuántos cuerpos haya que sepultar si el resultado es mantener una hegemonía. Me fascina estudiar la historia de estos movimientos. Quiero entender y que el asombro se convierta en pregunta, y la pregunta en acción.

¿Hasta cuándo vamos a seguir aceptando que nuestras vidas valgan menos que un voto en el Congreso de Washington? ¿Hasta cuándo vamos a vivir temiendo que el próximo misil tenga una réplica en la frontera de Tijuana?

A los que escribimos, nos queda la palabra. Nos queda el análisis. Nos queda —aunque a veces no lo parezca— el derecho a cuestionar. A mí este conflicto me recuerda que el mundo está hecho para no tener memoria.

Y por eso escribo. Porque si no decimos nada, la historia volverá a repetirse… pero esta vez sin testigos.

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