- A bordo de embarcaciones tradicionales, se accede a tres islas que invitan a otro tipo de mirada
Clase Turista
En el altiplano del sur peruano, a más de 3,800 metros sobre el nivel del mar, el lago Titicaca se extiende como un espejo milenario que no solo refleja el cielo, sino también formas de vida ancladas en la memoria colectiva de los Andes. Es el lago navegable más alto del mundo, pero también un territorio espiritual, simbólico, profundamente humano. Desde sus orillas en Puno, el viaje se transforma en algo más que un desplazamiento geográfico: se vuelve introspección.
A bordo de embarcaciones tradicionales, se accede a tres islas que invitan a otro tipo de mirada: Uros, Amantaní y Taquile. Cada una propone una experiencia única, pero todas comparten algo esencial: la voluntad de conservar la raíz y ofrecer al visitante un espacio de pausa, escucha y aprendizaje.
En las islas flotantes de los Uros, todo flota pero nada es frágil. El suelo, las casas y las balsas se construyen a base de totora, una planta que crece en el lago Titicaca. Sus habitantes, herederos de una de las culturas más antiguas del continente, mantienen un modo de vida que desafía el tiempo. Visitar los Uros no es simplemente observar, es ser testigo de cómo se habita con propósito y con profunda armonía con el agua.
Además de explorar las islas flotantes y pasear a bordo de balsas tradicionales, los visitantes pueden conocer el proceso artesanal de construcción de estas plataformas de totora, participar en demostraciones culturales, adquirir artesanías hechas a mano y compartir con las familias que viven ahí. Esta experiencia turística permite comprender la resiliencia y sabiduría de un pueblo que, a pesar de las condiciones cambiantes, ha sabido conservar intacta su herencia cultural.
Amantaní, por su parte, regala al viajero una experiencia única de viaje. Más que hoteles e infraestructura turística, hay hogares, familias que abren sus puertas para compartir su cotidianidad, su comida, sus rituales. Aquí, la conexión no es solo con el entorno, sino con un ritmo vital más sereno, donde la sencillez se revela como una forma de sabiduría ancestral.
El visitante no es un espectador, sino un huésped. Se duerme en casas familiares, se prueba su cocina tradicional, a base de quinua, papa, habas y muña, y se puede participar en labores cotidianas como la agricultura, la pesca o el tejido. Durante las festividades, los turistas son invitados a vestir trajes típicos y bailar al ritmo de la música local, en celebraciones que honran la identidad de la isla.
Además, se pueden visitar los templos ceremoniales de Pachatata y Pachamama, ubicados en la cima de la isla a más de 4,150 m s. n. m. Ascender a ellos no es solo un desafío físico, sino un acto simbólico de conexión con lo ancestral.
Taquile, finalmente, es una isla donde los hilos narran lo que la historia oficial no siempre contó. En esta comunidad quechua, los hombres tejen desde la infancia y las mujeres hilan con precisión. Cada prenda comunica algo: identidad, estado civil, función social. El arte textil de Taquile ha sido reconocido por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y es, más allá de su belleza, una expresión de equilibrio social y respeto por la tradición.
Pero Taquile también es una experiencia viva: los viajeros pueden aprender técnicas textiles directamente de los artesanos, alojarse con familias locales y recorrer senderos que ofrecen vistas panorámicas espectaculares del lago y los andes circundantes. Desde los miradores, el Titicaca se despliega en tonos que asombran.
En todas estas islas, el tiempo adquiere una medida distinta. Los amaneceres no son instantes: son ceremonias. Los atardeceres no concluyen: enseñan. El viajero no llega para ser un turista, sino para aprender, para integrarse, para recordar algo esencial: que hay destinos que no se recorren con prisa, sino con el alma abierta.
Puno no solo es un punto en el mapa. Es otra forma de habitar el mundo. Y quien regresa de sus islas no trae souvenirs, sino preguntas más honestas, silencios más plenos, miradas más profundas.
El dato
Para llegar a este rincón del sur del Perú desde México, se puede volar desde Ciudad de México y Cancún a Lima. Y desde la capital peruana, se toma un vuelo interno hacia Juliaca (a unos 50 minutos de Puno). Desde allí, se puede llegar por carretera hasta el Puerto Lacustre de Puno y tomar embarcaciones turísticas o comunitarias hacia las islas del lago Titicaca.
Para más inspiración: www.peru.travel

