- Por José Antonio Aspiros Villagómez
Clase Turista
La noche de más ilusiones para todos los niños del mundo cristiano es, sin duda, la del 5 de enero de cada año, porque saben que a la mañana siguiente los Santos Reyes les habrán dejado un cargamento de juguetes, ropa, dulces y sorpresas, como premio a que se portaron bien.
La popularidad de los Reyes Magos entre todos los pequeños, es inmortal. Sin embargo muy pocos son los que conocen su historia, debido fundamentalmente a la carencia de fuentes de información para determinar su origen y su vida antes de su llegada al portalito de Belén.
Acuciosas investigaciones han revelado que los Magos tenían su lugar de concentración en Babilonia, centro de los imperios de la Mesopotamia, frente a las llanuras del río Éufrates. Los reyes magos eran Melchor, un sapientísimo anciano de Persia; Gaspar, joven griego especializado en astronomía, filosofía e historia, y Baltasar, un hombre de color, originario de Etiopía, donde había adquirido vastos conocimientos en ciencias ocultas.
En realidad, los Magos no eran reyes, sino sacerdotes, consejeros del gobierno e intérpretes de los sueños y de los astros. Sus poderes terrestres eran semejantes a los de un monarca y eran respetados por su sabiduría.
Aparece un astro nuevo
En cierta ocasión, en el año 750 de la fundación del Imperio Romano, los Magos se encontraban en el Zikurath, u observatorio astronómico, y desde ahí contemplaron cómo, conforme iba entrando la noche, un astro hasta entonces no conocido iba dominando en grandeza y brillantez a los demás. La estrella estaba en el Occidente y, según los cálculos que establecieron, consideraron que se hallaba más allá de Palmira y las riberas del Mar Muerto, tal vez sobre Judea.
Después de plantear tres teorías científicas sobre la nueva estrella, es decir, de creer que se trataba de un nuevo astro, de un fuego fatuo o de un meteoro, los Magos, auxiliados por los libros del Auramazda y las profecías de Balaam, Isaías y Amós, llegaron a la conclusión de que era un anuncio divino y se estaban cumpliendo las predicciones de los grandes profetas de Israel.
No cabía duda. Todo coincidía. Con el apoyo de sus vastos conocimientos, así como de su fe, los Reyes Magos se congratularon de que hubiera llegado el Salvador y estuviera en algún punto del mundo, hacia donde estaba la gran estrella.
Decidieron ir en busca del Mesías y de inmediato organizaron una caravana con todo lo necesario para el incalculable viaje, vistieron sus mejores ropas y partieron con rumbo al imperio romano, en el Mediterráneo.
Hicieron un largo y penoso viaje a través del desierto preguntando a cada paso sobre el lugar de la buena nueva, sin que nadie les diera razón o se burlaran de ellos, hasta que finalmente llegaron a Jerusalén, donde reinaba Herodes, un reyezuelo impuesto por el emperador, quien al enterarse de la presencia de los Magos y el objeto de su viaje, se alarmó al creer que el rey que había nacido iba a destronarlo.
Después de consultar con los sacerdotes y doctores de la ley, el consejero de Sanhedrín invitó a Melchor, Gaspar y Baltasar a su palacio, para hacerlos caer en la trampa de que él también deseaba adorar al Divino Jesús y deseaba que en cuanto lo encontrasen le avisaran.
Herodes lo dijo también a los Magos que se dirigían a Belén de Judá, con el interés de ratificar la veracidad del suceso y luego eliminar al pequeño niño, ya que la envidia y el miedo por perder el trono lo habían llevado inclusive a matar a sus propios hijos y hermanos.
Continuaron los Reyes Magos su caminata larga y pacientemente hasta llegar a Belén, donde la estrella brillaba en toda la plenitud de su esplendor.
Aparece el Cristo salvador
En un humildísimo pesebre, entre pasturas, Jesús llegó al mundo. Fue su primer acto de humildad después de haber escogido por padres a un modesto carpintero y a una virtuosa joven.
Los Reyes, aquellos poderosos sabios que en su tierra eran tratados con todos los honores, llegaron hasta el escenario del milagro y se postraron ante el Dios hecho hombre para adorarlo. Le obsequiaron oro como a un rey, incienso como a un dios y mirra como a un hombre destinado al dolor y la muerte.
Una corazonada obligó a los Magos a no comunicar la noticia a Herodes como se lo habían ofrecido, por lo que determinaron retornar a su patria por otra ruta. El dictador, por su parte, los esperaba con impaciencia hasta que se dio cuenta de que había sido engañado y su oscuro cerebro tramó uno de los infanticidios más crueles y dramáticos de toda la historia: mandó matar a todos los niños menores de un año que hubiera en Belén.
La Providencia quiso que el Redentor cumpliera su misión conforme estaba establecido, y Jesús, María y José, avisados del peligro, huyeron de Belén y salvaron de esa manera al único que deseaba eliminar el cruel y envidioso Herodes.
(Versión original: revista Juventud Católica, época XIII, número 10, enero de 1967)
¿De dónde vienen los Reyes Magos?
José Antonio Aspiros Villagómez
El 6 de enero, igual que cada año los Santos Reyes Magos no vendrán del Polo Norte como Santa Claus. Ni del Oriente, de donde se trasladaron a Belén hace poco más de dos milenios, según escribió el evangelista Mateo y lo mencionan algunos interesantes libros apócrifos, porque los otros tres evangelios canónicos nada dicen al respecto.
Los tres sabios -que no eran ni reyes, ni magos (ni tres, dicen algunos)- están en Europa. Desde hace siglos descansan en la catedral de Colonia, esa ciudad alemana fundada por los romanos en el año 38 a.C.
¿Qué hacen allí? En 1979, cuando este tecleador visitó dicha catedral, conoció el aposento de Melchor, Gaspar y Baltasar, y trajo información de cuanto le fue explicado y entregado al respecto en esa rápida visita, pero nunca había escrito de ello sino hasta ahora, y con nuevos datos.
Es muy sabido por los lectores que el arzobispo Reynaldo de Dassel, ese personaje de la vida real al que se refiere Umberto Eco en su novela Baudolino, en el año 1164 llevó los restos de los tres reyes de Milán a Colonia, cuando la ciudad italiana fue asediada y destruida por el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico I, conocido como Barbarroja.
El hecho tuvo lugar en el contexto de las batallas de ese monarca contra el papado y los intentos por nombrar papas ajenos a Roma, o antipapas. Así, los huesos de los reyes magos se convirtieron en una especie de botín teológico al ser llevados a Colonia.
A mediados del siglo XIII comenzó la construcción de la impresionante catedral gótica con sus torres de 157 metros de altura, y que, “en realidad … no ha sido terminada nunca”. Según un dicho popular en Colonia, “el mundo se acabará cuando la terminen”, como lo informa una Guía editada en Alemania en 1976 sobre ese templo levantado para “alojar dignamente” las reliquias de los magos de Oriente.
Esos restos yacen en un gigantesco relicario dorado -un ataúd triple- detrás del altar mayor, adornado con esmaltes polícromos, filigranas, gemas y camafeos, así como retablos, obra principalmente del artista medieval Nicolás de Verdún.
“La osamenta de los tres santos reyes -dice la Guía– convirtió a Colonia en uno de los lugares de peregrinación más importantes de Europa” y ya “hacia el año 1300 … la corriente de peregrinos de todo el continente y de las islas del mar era continua”.
Como ficción, James Rollins sostiene en su novela Mapa de huesos (2005), que ese relicario lo que guarda es oro en estado monoatómico, producido por los tres magos. Pero, sí, sí contiene las veneradas osamentas, como lo comprobaron quienes abrieron el inmenso estuche el 20 de julio de 1864, y las envolvieron con seda para regresarlas a su lugar.
¿Melchor, Gaspar y Baltasar? Así los conocemos gracias a la tradición latina, pero en Siria eran Kagpha, Badadilma y Badakharida; en Grecia, Appeliccon, Amerin y Damascón, y, según los hebreos, Ator, Sater y Paratora.
Dice el sacerdote José de Jesús Aguilar (revista Museo Soumaya, enero 2016) que esos reyes murieron martirizados y “en la era de Constantino, el Grande, (sus restos) se trasladaron desde Palestina a Constantinopla y posteriormente a Milán”, para luego ser donados por Federico Barbarroja al obispo de Colonia.
En su ya milenaria historia, esos sabios fueron representados con vestimenta persa por los cristianos de las catacumbas romanas, recreados de manera variopinta por artistas del Renacimiento, venerados en diversos lugares, destacados e imprescindibles en los “nacimientos” mexicanos, y hasta pudieron verse en el cielo cuando no había luz artificial que lo impidiera en las noches.
Recuerda el tecleador que hubo tiempos en que la bóveda celeste era un impresionante espectáculo, con sus estrellas fugaces, lluvias estelares y constelaciones, entre las que figuraban “las Tres Marías”, conocidas así en algunas zonas del mundo, pero llamadas Alnitak, Alnilam y Mintaka -es decir, los Reyes Magos- en otras regiones.
Y no son una constelación en sí misma, sino parte de la de Orión. Constituyen en ese imaginario estelar, el cinturón del mitológico cazador griego. Y a los esotéricos les interesa que, tanto esas tres Marías o tres Reyes, como las pirámides de Giza, en Egipto, tengan una alineación similar.
En la noche del 5 al 6 de enero vendrán de por allá esos personajes, ahora muy esforzados debido a la complicidad de fabricantes, anunciantes, vendedores y cartas infantiles, para hacer la alegría de millones de menores, aunque habrá millones más que nunca sepan lo que son los Reyes Magos.
(Versión original: columna Textos en libertad, 31 de diciembre de 2016)