- Por Norma L. Vázquez Alanís
Clase Turista
(Segunda de dos partes)
Después de describir el entorno alrededor de la Plaza de Chimalistac, la antropóloga social y maestra en Historia Beatriz Scharrer Tamm se refirió a la historia de este barrio vinculado al nombre del escritor Federico Gamboa. Dijo que en 1528 los dominicos ya se habían establecido en Coyoacán y a mediados del siglo XVI el cacique de ese lugar, Ixtolinque, les cedió una pequeña porción de unos terrenos para que fundaran una capilla abierta; la plaza que precedía la capilla es ahora la Plaza de Chimalistac y el jardincito en la parte posterior de la capilla era el cementerio del pueblo.
Al presentar la ponencia La Plaza de Chimalistac y su entorno en el ciclo de conferencias Plazas y sitios de la CDMX, coordinado por el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM) de la Fundación Carso, cuya sede está en la denominada casona de Chimalistac, Scharrer Tamm agregó que un elemento característico de las capillas abiertas, que según el historiador estadounidense George Kubler, especialista en arte y arquitectura de América precolombina, fue un fenómeno específicamente mexicano, es que tenían un gran patio o atrio que podía estar amurallado y llevar arcadas en los accesos.
En el caso de Chimalistac el atrio no estaba bardeado y la cruz de piedra frente a los portales del templo era particularmente alta; y el padre Gualterio Hernández, quien recuperó la historia del templo de 1500 a 1700, apuntó que las terminaciones en la parte de arriba parecen un manojo de cañas, tiene 36 objetos redondos pequeños que él sugiere son chalchihuites o adornos de jade precioso, y como explica la doctora en Historia del Arte Elisa Vargaslugo, los artesanos indígenas siempre incorporaban elementos que a ellos les fueran familiares en los trabajos que les mandaban hacer los españoles.
En la parte posterior del atrio hay una especie de fuente que seguramente hace mucho que no tiene agua ni nada, la cual es posible que se haya utilizado como reservorio porque tenía un canal que se alimentaba del río de manera subterránea y servía para dar agua a los habitantes del pueblo de Chimalistac.
La advocación de este templo es de San Sebastián Mártir, porque los dominicos de Chimalistac se la dedicaron ante las epidemias y el hambre que diezmaban a la población indígena en los siglos XVI y XVII. Hacia fines del XVII la capilla dejó de ser abierta y se techó, su campanario se terminó en 1691 como consta en una inscripción que hay en la torre. Por las Leyes de Reforma la iglesia fue abandonada y en 1926 se cerró, por lo cual los vecinos de Chimalistac se llevaron los objetos más valiosos a sus casas para custodiarlos.
En 1955 se llevó a cabo la recuperación de la capilla, cuando sacerdotes alemanes encabezados por el padre Guillermo María Havers Omer, decidieron devolver el culto a la iglesia, apoyados por los vecinos. El exdiplomático alemán establecido en México, Alexander von Wuthenau, que era arquitecto, hizo la ampliación del templo, construyó la sacristía del lado norte y encima dejó espacio para el coro; en la parte posterior que mira al poniente levantó un tapanco para duplicar la capacidad de la iglesia. Estos padres estuvieron administrando la parroquia hasta principios de los años 70, indicó Scharrer Tamm.
Plaza Federico Gamboa
A la plaza se le conocía originalmente como Chimalistac, luego se le denominó Guadalupe Victoria, pero a raíz de la novela Santa, que escribió Federico Gamboa y se publicó en 1903, se le rebautizó con el nombre del autor, seguidor de la escuela del francés naturalista Emilio Zola. Inspirado en Chimalistac escribió esa obra que inmortalizó al lugar como prístino y puro que no puede liberarse de las miserias que trae consigo el crecimiento urbano y la industrialización.
En un análisis del historiador Rubén Lozano sobre el trabajo de Gamboa, se asocia la figura de Santa con Chimalistac como si fueran sinónimos, porque la protagonista es una mujer pura, una pueblerina que es seducida, engañada y acaba en un prostíbulo; considera que de alguna manera es una analogía con el medio ambiente que vio Gamboa en Chimalistac y que temía se corrompiera con las “perversidades” de las urbes, porque la ciudad ya amenazaba con devorarla a finales del siglo XIX.
El escritor no vio desaparecer los interminables árboles frutales de los huertos, ni el entubamiento del Río Magdalena, donde en su imaginación Santa refrescaba sus pies; no supo cuándo la zona se fragmentó con grandes avenidas: Insurgentes, Revolución, Universidad, comentó la conferenciante.
De Federico Gamboa se llegó a decir que había vivido en la casona de Chimalistac, pero el historiador Sergio Almazán reveló que vivía en el centro de Tlalpan. Su deseo fue ser enterrado en el cementerio de Chimalistac y en cierta forma se cumplió porque en la parte posterior de la parroquia, donde estaba el camposanto, existe un busto de Federico Gamboa, dijo Scharrer Tamm.
La casona de Chimalistac
La casona de Chimalistac se ubica en el lado sur de la plaza y fue edificada a fines del siglo XVIII por un canónigo malagueño de la catedral de México, Pedro García de Valencia, quien pudo hacerse de una propiedad tan grande en una zona de agricultores nativos que llevaban mucho tiempo practicando el cultivo de las tierras y viviendo en ese pueblo, porque -relató la historiadora- a lo largo de 25 años, desde 1785 hasta 1810, estuvo comprando pequeños predios para poder integrar una gran propiedad de casi 13 mil metros.
Para ello requirió de mucha paciencia, así como buena relación con los habitantes para poder comprar y no sólo eso sino recursos económicos. Como muchos de estos terrenos eran tierras tributarias, también hizo permutas, es decir, les conseguía predios en otras partes porque los indígenas no podían simplemente vender sus tierras si eran tributarias, pues debían pagar a la corona.
De alguna manera la huerta de los carmelitas descalzos que don Pedro García de Valencia conocía muy bien, fue un ejemplo a seguir no solo por todos los árboles que cultivaban los frailes, sino por las ganancias que rendía esa huerta, así que como varios de los terrenos que adquirió tenían acceso al agua e incluso había un gran aljibe en la parte sur de la propiedad en donde se almacenaba el agua, porque el líquido en estas zonas de riego se daba por tandas, uno o dos días a la semana y lo que se hacía era almacenarla para poderla repartir como se necesitara.
Afortunadamente para los historiadores, el sacerdote hizo un compendio de todos los títulos de propiedad, lo que compró lo documentó incluso antes de adquirirlo, porque quería dejar bien establecido quién se los había vendido y a quién habían pertenecido antes; algunos de esos títulos de propiedad están redactados en náhuatl.
El clérigo heredó la propiedad a Manuela Zarco, quien la habitaba y se hacía cargo de ella, pues él tenía una casa en la ciudad de México y sólo iba por temporadas a Chimalistac. En 1883 los descendientes de Zarco vendieron la casa a Miguel Polo, quien ese mismo año la vendió de nuevo; en 1887 la adquirió Eduardo Viñas y como había triplicado su valor la puso a la venta, luego hubo una constante inflación del precio de la propiedad, debido al beneficio que rendía la huerta.
A finales del siglo XIX Antonio Navarrete le compró la propiedad a Viñas y le cambió el nombre de Quinta Valencia por el de Purísima Concepción. En esas escrituras se asienta que el domicilio estaba en la Plaza Guadalupe Victoria y en 1903 la casona fue adquirida por el licenciado Jacinto Pallares, el prestigiado jurista y catedrático, que al morir un año después la heredó a tres de sus nueve hijos. Para 1931 los hermanos Pallares vendieron la casa al abogado Rodolfo Charles, quien le añadió una cancha de tenis, un frontón y fue el primero que hizo un segundo piso a la construcción original, además de que conservó los títulos de propiedad hoy ya digitalizados por el CEHM para consulta.
En 1938, compró la casa Federico Tamm, un inmigrante que había fundado la casa textil de estambres TAMM. Para su familia fue residencia permanente y no sólo una casa de campo; en la parte final de esta casa había una torre, un mirador que seguramente se construyó en el siglo XIX y actualmente totalmente restaurada y adosada da la bienvenida al CEHM por la calle Paseo del Río, por donde pasaba antes el río Magdalena.
El CEHM alberga en la casona una de las bibliotecas de historia más completas del país, un acervo indispensable para cualquier interesado en la Historia de México, además el recinto cargado de historia y anécdotas está en Chimalistac, cuyo recogimiento sigue siendo en pleno siglo XXI su gran defensa y mayor atractivo.