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24 noviembre,2024

Textos en libertad

  • La boda que nos llevó a Mérida
  • Por José Antonio Aspiros Villagómez

Clase Turista

(Primera de dos partes)

 

Viajeros famosos escribieron en el pasado libros interesantes sobre sus breves o largas visitas a lugares remotos donde hicieron observaciones y apuntes, hablaron con la gente local, recorrieron selvas, ruinas arqueológicas y ciudades, revisaron documentos antiguos, entraron con curiosidad a todos los sitios posibles y tomaron fotografías, o dibujaron lo que vieron de valía cuando Daguerre y Talbot aún no perfeccionaban el invento de Niépce.

 

A varios de esos trotamundos debemos informaciones e imágenes importantes de -por citar los que vienen al caso- los vestigios mayas que conocieron en el siglo XIX. Ejemplos de ellos y sus libros hay muchos que no es ahora el momento de mencionar al detalle, sino de justificar con esas menciones por qué este artículo contiene nuestras impresiones de los solamente tres días que estuvimos en Mérida, Yucatán (no por primera vez), con nuestra esposa Norma, invitados a la boda de la sobrina Ruth Vázquez Morales con Sergio Ramírez, chilanga y yucateco, a quienes deseamos felicidad de por vida.

 

Llevamos a esa boda una vieja pero fina guayabera que en la noche vieron y nos elogiaron los propios comerciantes de esas cómodas y vistosas prendas, quienes también se quejaron de la competencia oriental: en una zona céntrica (frente a La Chaya Maya, nos dijeron) hay muchas tiendas chinas de guayaberas que hasta se anuncian como fábricas, pero su mercancía es barata y de mala calidad.

 

En la Capilla Villa de Guadalupe, de Mérida, descansan las cenizas de nuestro colega y amigo Carlos Ravelo y Galindo (1929-2022) y de su esposa Bertha Eugenia Reyes (1931-2015), porque allá viven su primogénito y muchos otros familiares. No fue posible ir a la cripta, porque a pesar de que el tiempo en cualquier lugar fuera de la Ciudad de México transcurre sin el vértigo de la capital, no alcanza para todo cuando la estancia es tan corta. Por eso, tampoco hubo tiempo de ir en el Tren Maya a Chichén Itzá, un lugar a donde las agencias de viajes organizan por su parte largas excursiones de diez o doce horas, porque hacen escala en un cenote para que los turistas se metan a nadar.

 

Entre paréntesis, una primicia: durante dos años hicimos una selección y clasificación, y escribimos los comentarios correspondientes, de las columnas periodísticas que escribía diariamente nuestro amigo Ravelo, y ahora forman parte de lo que será un libro titulado En las Nubes. Carlos Ravelo Galindo, afirma. Seguimos con lo del viaje:

 

A nuestro parecer, Mérida es una ciudad donde no hay algo que evoque a los antiguos mayas, más allá del estupendo Museo de Antropología del que haremos comentarios en la próxima entrega. Lo que encontramos son muchas expresiones históricas de los españoles y mestizos que ahí habitaron; palacetes de los hacendados ahora convertidos en museos donde se exhiben sus lujosos muebles y demás enseres, y desde luego las estatuas de los dos españoles Francisco de Montejo, padre e hijo, conquistadores de Yucatán y fundadores de Mérida en 1542, emplazadas al inicio del elegante Paseo que lleva su nombre.

 

Visitamos en dicho Paseo una de “las casas gemelas” abierta al público como museo, que originalmente fue de un señor Barbachano dedicado al negocio del henequén, y cuya fortuna sirvió para traer muchas bellas obras de arte del extranjero, pero ninguna de sus paredes luce ni lució jamás alguno de los artísticos gobelinos (los conocimos en la empresa Cordemex hace medio siglo) hechos con la fibra que lo hizo rico con la ayuda de campesinos a quienes pagaba con moneda mandada acuñar por él mismo para obligarlos a que compraran en su tienda de raya durante el porfirismo. El henequén sólo lo encontramos en pequeños artículos que venden al finalizar el recorrido por esa casa.

 

Llegamos en la misma semana que el huracán Milton había provocado más pánico que daños en la península, aunque todavía nos tocaron algunos aguaceros. Por las calles donde paseamos, no vimos limosneros ni basura; tampoco puestos de periódicos, pero en el hotel tuvimos acceso cada mañana al Diario de Yucatán que, para nuestra sorpresa, aunque con pocas páginas y aspecto moderno, nos recordó al Excélsior que conocimos desde la infancia por su formato de seis columnas (ya no de ocho), el encabezado principal a todo lo ancho de la plana; secciones bien definidas (la internacional con mucha información no toda interesante sobre España); con créditos a las agencias (mayoritariamente la española Efe) y a otros servicios noticiosos nacionales y extranjeros, mientras que los nombres de sus propios reporteros están al final de las notas informativas.

 

Nos sorprendió que todos los días hay en el diario una página destinada a los crucigramas y las tiras y cartones cómicos como los que disfrutamos desde mediados del siglo pasado, con personajes como El hombre araña, Daniel en travieso y Mut y Jeff, que ahora se llaman Benitín y Eneas. En cambio, no recordamos haber visto una sección editorial con artículos y cartones políticos, pero sí la columna ‘En las redes sociales’ con comentarios de lectores a algunas noticias de interés local difundidas por Facebook.

 

Parece que una de las inquietudes por allá tiene que ver actualmente con la propiedad inmobiliaria. La gente nos platicó que han llegado a radicar en Mérida muchos extranjeros que demandan vivienda y eso ha incrementado su valor. En el periódico leímos que según “especialistas en urbanismo”, se ha marginado –no sólo en Mérida, sino en todo el país- el acceso a la vivienda a los trabajadores de menores ingresos o sin empleo formal. Y que Yucatán en general, al decir del especialista de la UNAM Francisco Bautista Zúñiga, “se enfrenta a nuevas amenazas ambientales” y al “desorden que se avecina por la construcción de ciudades por el Tren Maya y la falta de control en la urbanización de la costa yucateca”.

 

Para finalizar nuestra visita recorrimos los puestos de ropa, artesanías y alimentos que forman parte del programa Mérida en Domingo alrededor de la plaza frente a las oficinas de gobierno, y coincidió con quejas de los comerciantes publicadas en el Diario de Yucatán.

 

Según la nota de la reportera Sofía Vital, más de 50 tiendas de chinos y coreanos les representan una “competencia desleal que confunde al consumidor” porque no sabe distinguir entre las mercancías originarias y las piratas. Son copias de mala calidad y factura no artesanal, de artículos como hamacas, juguetes, souvenirs y el bordado de cruz, que en el caso de los orientales son simples serigrafías.

 

Estuvimos solamente tres días, pero asimilamos mucha información y como complemento visitamos la librería y regresamos a casa con La guerra de castas en Yucatán, de Francisco José Paoli Bolio, y En busca de los antiguos mayas. Historia de la arqueología en Yucatán, de Alfredo Barrera Rubio. Y hasta nos dieron ganas de actualizar y revivir nuestro libro El gran reportaje de los mayas, que tuvo tres ediciones entre 1987 y 1990, y sabemos que lo tiene digitalizado (sin consultarnos) la Universidad de Texas.

 

(Concluirá)

 

José Antonio Aspiros Villagómez

Licenciado en Periodismo

Cédula profesional 8116108 SEP

antonio.aspiros@gmail.com

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