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22 noviembre,2024

Desvela Anabel Hernández los nexos de AMLO con líderes narcos

  • La periodista así lo confirma en su libro La historia secreta: AMLO y el Cártel de Sinaloa

Clase Turista

La periodista Anabel Hernández en su nuevo Libro titulado La historia secreta: AMLO y el Cártel de Sinaloa (Grijalbo, 2024) revela los nexos del actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, con los cárteles del narcotráfico para cuyos líderes pidió «abrazos y no balazos.

En su libro, la periodista mexicana da a conocer el financiamiento ilícito que operadores del Cártel de Sinaloa otorgaron a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en sus campañas presidenciales de 2006, 2012 y 2018, mediante fuentes anónimas del cartel, lo que también ha sido revelado en Estados Unidos por periodistas de medios acreditados en la investigación criminal.

La prensa local, como el Diario Reforma, ya dio publicó algunos párrafos de la obra de la investigación periodística de Anabel Hernández.

Aquí parte de lo más destacado: 

La cita fue en el discreto hotel ‘El Campestre’, ubicado en Boulevard Miguel Alemán 251, Las Rosas, en Gómez Palacio, en el mismo perímetro donde se había llevado el cierre de campaña, dado que la distancia que divide a Torreón de Gómez Palacio es una línea imaginaria.

El brazo derecho de Beltrán Leyva se encargó directamente de conseguir la habitación donde se llevaría a cabo el encuentro. Estaba en la planta baja, en donde los dos edificios principales que componían el modesto hotel se unían haciendo una escuadra. Al estilo de los moteles de paso, el estacionamiento daba entonces directamente a las habitaciones. En 2017 ‘El Campestre’ fue cerrado para una intensa remodelación y actualmente el lugar tiene el nombre de ‘Nuve Hotel’.

El Grande dejó a parte de su gente para que esperaran ahí a sus invitados especiales. Él mientras se encontraba del otro lado del bulevar en El Golfito, un sencillo restaurante bar donde la gente podía llegar a estacionarse y tomar su bebida, o bajarse y sentarse a comer debajo de una especie de tejabán comida mexicana.

Villarreal Barragán iba muy seguido ahí, comentó el T5 (un testigo protegido así identificado) entrevistado para esta investigación. «Conocí a a los dueños y cuando quería hacer unas carnes asadas las hacía detrás de su negocio. El hotel ‘El Campestre’ estaba justo cruzando el bulevar».

El primero en llegar al hotel fue Pancho León. Iba acompañado de Andrés Manuel López Obrador y de la persona que desde febrero de ese año era el responsable absoluto de su seguridad: el general Audomaro Martínez Zapata. Los tres entraron a la habitación reservada, aseguró el T5.

Cuando su equipo de seguridad avisó al Grande que sus invitados habían llegado a la habitación se movió hacia el hotel. Llegó en su vehículo con 15 personas más que viajaban en cuatro unidades como escolta. Habitualmente en la Comarca, Villarreal se movía con menos seguridad, tenía control total en la zona, pero esa era una estrategia de poder y fuerza que usaban los miembros del cártel cuando se iban a reunir con otro narcotraficante de alto nivel, algún político importante o funcionario público para impresionar.

Entró a la habitación con la maleta que contenía el medio millón de dólares. El espacio era reducido y austero, solo un par de camas. Pancho León hizo las presentaciones, él y AMLO agradecieron el apoyo que había habido, «todos estaban emocionados y agradecidos», dijo el T5 en la entrevista realizada para reconstruir los hechos para esta investigación periodística.

Los asistentes se sentaron al borde de las camas y cruzaron algunas palabras más. No había sillones. El Grande dijo que su compadre, Arturo, mandaba un regalo, que esperaba que todo saliera bien en las elecciones y que estaba a la orden.

Entregó la maleta con dinero a López Obrador, quien agradeció el apoyo y pasó la maleta al general Audomaro. «Muchas gracias», dijo AMLO, «saludos al señor».

El dinero no venía solo de parte de Arturo Beltrán Leyva, sino de la cúpula del Cártel de Sinaloa. Si no lo entendió López Obrador en ese momento lo entendería después: el pacto era indisoluble, ganara o perdiera el 2 de julio, había caído como mosca en la telaraña como García Luna, el corrupto jefe policiaco al que tanto critica quizá porque ve tanto de él en sí mismo. Si alguien sabía que una vez dentro no hay forma de salir ni de traicionar era justamente el Tartamudo, como lo llamaban dentro de la organización criminal. Muchos de sus subalternos que desde el gobierno de Fox recibieron sobornos como él fueron asesinados después de que quisieron voltearse.

Aunque la campaña presidencial estaba por terminar aún faltaba una de las partes más costosas: el cierre de campaña y la operación del día de la elección para movilizar el voto, llevar a la gente a las casillas a sufragar, transportar a los representantes de casilla y pagar sus servicios, vigilancia de la jornada electoral, monitoreo, encuestas de salida y compra de voto donde había la posibilidad.

Surgió el inconveniente de cómo iban a transportar el medio millón de dólares en efectivo. AMLO no quería llevarlo consigo para no correr el riesgo de que hubiera alguna revisión en algún control gubernamental y se vinculara el dinero con él. Ya en 2004 milagrosamente había sobrevivido como jefe de gobierno de la Ciudad de México al videoescándalo protagonizado por su exsecretario particular René Bejarano donde recibía miles de dólares en efectivo del empresario Carlos Ahumada que le ganó el mote del Señor de las ligas, y quien argumentó era un donativo para las campañas del PRD.

Le pidieron al Grande que les llevara el dinero a la Ciudad de México, a lo que el capo se negó, ellos eran subordinados a él, no al revés.

Pero encontró una rápida solución y les ofreció regalarles una camioneta para que alguien de su equipo transportara el dinero aparte. Le pidieron una Suburban.

*Entrevista de la autora con una fuente anónima, presunto integrante del Cártel de Sinaloa

Habían pasado más de 30 sesiones de preguntas y respuestas sobre la temática abordada en el libro Emma y las otras señoras del narco cuando, el 6 de noviembre, de botepronto y de manera casual e inesperada, cambié el tema de la conversación.

-¿Tú sabes si tu jefe, o alguien de la organización, dio dinero a la campaña de López Obrador?

-¿La de López Obrador? -dijo soltando una risotada sorprendido por la pregunta-: en la de 2006, Lic. Fue espontáneo, directo y específico en la fecha.

-¿Sabes algo?

-¡Sí!

-¿Sí sabes que sí?

-Veinticinco millones de dólares.

-¿Te acuerdas de quién, cómo, cuándo?

-Todos, todos hicieron la cooperacha.

-¿Te acuerdas de cómo entregaron el dinero?

-Lo mandaron y tuvo que ver en eso el Diecinueve- dijo sin titubear refiriéndose a Roberto López Nájera.

Salieron hasta donde estaban los vehículos con los escoltas. Todos abordaron, incluyendo el emisario de López Obrador, y viajaron rumbo a Punta Mita sin incidentes. Quien estaba encargado de plaza por parte del Cártel de Sinaloa en Nuevo Vallarta era un sujeto apodado el Pepino, que se hizo cargo de la logística para que el traslado se llevara a cabo sin contratiempos.

Llegaron a una elegante residencia de una tonalidad amarilla en una zona exclusiva con vista al mar, describió el T3 (Informante anónimo así identificado por la autora). La mansión estaba custodiada por un fuerte dispositivo de seguridad. Contaba con un sistema de irrigación para mantener el jardín verde, pero el agua que se utilizaba era tratada, por lo que llegaba a oler a drenaje.

El anfitrión era el excéntrico y temido narcotraficante Arturo Beltrán Leyva.

Lucía pulcro y acicalado con la mezcla de perfumes de la casa Clive Cristian que él mismo hacía para tener un olor único, con su inseparable anillo de diamante gigante montado en platino, y la gruesa cadena de oro colgada al cuello con un enorme dije de San Judas Tadeo cubierto de esmeraldas, diamantes y rubíes. Ese día vestía también de modo informal con playera y shorts, pero de marcas de súper lujo.

Estaba de vacaciones en la Riviera Nayarit. Se hicieron las presentaciones y pronto el ambiente se hizo relajado y cordial.

La reunión entre Arturo, el Grande, la Barbie, el Charro, Pancho León, Emilio Dipp y el emisario de López Obrador duró más de dos horas. Contrario a lo habitual, no había sido el Cártel de Sinaloa el que había buscado comprar al aspirante presidencial, sino que fue este quien se puso a la venta.

El empresario minero había sido el intermediario.

El exjefe de gobierno de la Ciudad de México, de entonces 52 años, originario de Tabasco, tras salir airoso de un proceso de desafuero en su contra, había renunciado en julio de 2005 a su encargo para participar en el proceso interno del PRD en el que se elegiría al candidato a la presidencia para las elecciones del 2 de julio de 2006.

Inició una costosa gira por todo el país.

Estaba cantado que AMLO sería el ungido, pero esto se formalizó el 4 de diciembre de 2005. Para la larga precampaña y campaña se requerían de millones y millones de pesos, más porque era el candidato opositor que se enfrentaba a la maquinaria del precandidato oficialista Felipe Calderón Hinojosa del PAN.

Lo que el enviado del aspirante presidencial pidió al Cártel de Sinaloa, por conducto de Arturo Beltrán Leyva, fue que apoyaran con dinero la campaña presidencial de López Obrador. Elocuente, afirmó que, a cambio, si él ganaba no solo iba a dejarlos tener influencia en la designación del que sería el titular de la PGR, sino que además prometió acotar en México la actuación de la agencia antidrogas de Estados Unidos, la DEA; «se va a la chingada», dijo el emisario. Iba a dejar al Cártel de Sinaloa operar a sus anchas, a cambio pedía que no hubiera violencia.

«El Barbas» no era ningún primerizo en esos acuerdos. Durante años había tejido una amplia red de corrupción para el Cártel de Sinaloa, tenía en su bolsillo a los funcionarios y gobernantes de mayor nivel, su influencia llegaba hasta Los Pinos, gracias a los negocios que el empresario Zhenli Ye Gon tenía con los hijos de Martha Sahagún, quienes se encargaban de conseguir permisos legales de importaciones, para traer de manera subrepticia efedrina de Asia, materia prima para las metanfetaminas que estaban inundando el mercado de consumidores en Estados Unidos.

Su ayuda a la campaña presidencial de AMLO era como la de un jugador que en un casino tenía la posibilidad de truquear las reglas de la ruleta y apostaba simultáneamente al rojo y al negro. En cualquier caso, ganaba.

No era ningún ingenuo, con García Luna, los altos mandos militares y los políticos de alto nivel le gustaba concretar directamente sus acuerdos, así confirmaba que su gente estaba pagando efectivamente los sobornos y que del otro lado había un compromiso inquebrantable con él. Romperlo se pagaba con la vida. Arturo Beltrán Leyva pidió que lo comunicaran con López Obrador.

Así salía de dudas si aquello no era una tomada de pelo y quien decía venir a su nombre era un impostor. La gente que iba con Pancho León lo puso al teléfono.

-La llamada surgió cuando estábamos en la casa, se llegó al acuerdo, ahí fue cuando hubo esa llamada -reveló el T3-. Esa llamada fue en speaker, fue del teléfono de ellos y fue rapidísima.

-¿Se escuchaba que era la voz de López Obrador? -pregunté insistente.

-Sí, se escuchaba. Arturo siempre tuvo la costumbre de usar el speaker, Arturo nunca se pegaba un teléfono a la oreja, incluso cuando hacía sus llamadas con su familia, ¿verdad? Bueno, cuando lo regañaba su señora sí lo ponía en privado.

En el breve intercambio se cruzaron mutuamente frases como «a la orden», «lo que se ofrezca» y «estamos pendientes».

Arturo accedió a dar dinero a la campaña presidencial, el primer acuerdo fue entregar entre 2 y 4 millones de dólares procedentes del tráfico de drogas, no era solo a nombre de él, sino de todo el Cártel de Sinaloa, por lo que el acuerdo, en caso de ganar las elecciones, beneficiaría al Chapo, el Mayo y todos los integrantes.

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