- Impresiones de Madrid
- Por José Antonio Aspiros Villagómez
Clase Turista
Aunque con retraso, muchas gracias
a quienes me acompañaron o felicitaron
con motivo de mi cumpleaños 80 el 9 de marzo.
Este tecleador y su esposa eligieron Madrid y no algún lugar de México para tomar un receso y celebrar sus cumpleaños, porque acá hay carreteras y localidades que son feudo de asaltantes y cárteles; y quienes deberían hacernos sentir seguros -las “fuerzas del orden” municipales, estatales o federales- siempre llegan después y no pocas veces resultan ser cómplices, o son víctimas de emboscadas.
Pero, conforme fuimos planeando el viaje para conocer detalles sobre el clima, los sitios a donde nos gustaría ir y las restricciones actuales en los aviones en cuanto al equipaje, nos fuimos enterando de que la capital española tampoco era segura.
Y, peor, que la visita coincidió con la Semana Santa y nos aseguraron que en los tumultos para ver las procesiones abundan los rateros “gitanos y africanos”, y según las experiencias de nuestros interlocutores, también se roban las maletas en el aeropuerto y el ferrocarril al mínimo descuido.
Nada de eso pasó, y situaciones así no son privativas de ciudad alguna del mundo, ni algo desconocido por nosotros después del robo de pasaportes y boletos de avión que sufrimos hace casi 20 años dentro de la basílica de Florencia, Italia, donde el guía del circuito contratado dijo que los ladrones eran rumanos.
Tampoco es un problema de nuestro tiempo. Los asaltantes de caminos han existido siempre y tanto la historia de los pueblos como la literatura están llenas de ejemplos. Verbigracia, en su novela biográfica Juárez. La otra historia (Océano, 2023), José Luis Trueba Lara dice que el Benemérito “exigía” a los generales que “pactaran con gente como el Mosco López para hacerse de mulas”. Ese Mosco era un bandido de la Sierra de la Malinche: “Los que se aventuran por los caminos y los que andan como escoltas, las diligencias que van a donde sean y los arrieros le tienen que entrar con su cuerno”.
Lo que en cambio encontramos en Madrid, fue una ciudad llena de historia y áreas verdes, con sus calles limpias, unas muy anchas como la Gran Vía o la de Alcalá, y otras angostas y semipeatonales donde están las plazas y los barrios antiguos, casi en su totalidad con semáforos para viandantes que, como en nuestro México, no todos respetan. Algunas vialidades son subterráneas y muy extensas, y comparten espacio con la inmensa telaraña que forman las diversas líneas del Metro.
No vimos perros ni gatos callejeros, pero sí muchos negocios con nombres y anuncios totalmente en inglés (y no nos referimos sólo a los Starbucks, que abundan), unos pocos mendigos y la policía no a pie ni en motocicletas, sino dos a caballo y los demás en patrullas de aspecto modesto en contraste con los elegantes taxis, en su mayoría marca Toyota y algunos eléctricos o híbridos. El que nos transportó desde y hacia el aeropuerto, fue un lujoso Lexus (y en parte de las 20 horas de vuelo -ida y vuelta- leímos En agosto nos vemos, novela póstuma y no muy buena de Gabriel García Márquez, de cuyo deceso se acaba de cumplir una década).
Los madrileños no viven en casas, sino en departamentos -pisos, les llaman- y resulta algo monótono ver las calles llenas de edificios habitacionales de entre tres y cinco niveles, todos con hileras de balcones en sus fachadas, aunque de diverso diseño y con las alegorías propias de la época en que fueron construidos. La densidad de su población es baja y no se ven tumultos (ni puestos de fritangas) en las entradas del Metro ni en las paradas de autobuses. Tampoco vimos saturación vehicular.
El hotel donde nos alojamos durante diez días se encuentra en la Gran Vía, que en mucho nos recordó la calle Corrientes de Buenos Aires por sus cines, teatro, librería, restaurantes, tiendas y bullicio, pero sin la gran cantidad de basura que por las tardes se juntaba en la capital argentina. En la Gran Vía hay quioscos donde venden periódicos, revistas, souvenirs y boletos para el City Tour (¡!), que en México llamamos turibús o tranvía turístico.
También encontramos una tienda de turrones que hizo la felicidad de nuestra esposa porque además había marrón glasé, y casi frente al hotel está un gran almacén de ropa -Primark- en un edificio de varios pisos, siempre lleno de clientes, mientras que El Corte Inglés lo vimos vacío.
Un día nos llamó la atención un hombre maduro, con ropa regular, empinado e inmóvil sobre la banqueta cual musulmán en oración hacia La Meca, pero después descubrimos que algunos peatones le dejaban dinero en un vaso y él se enderezaba a dar las gracias. Otra vez vimos en la calle Alcalá al único limpiaparabrisas que encontramos por allá, y con lo que más topamos fueron grupos o gente sola con carteles donde explicaban por qué pedían limosna.
Madrid es una ciudad con mucha historia, que se refleja en calles, plazas (ordenadas por José Bonaparte, Pepe Plazuelas), edificios y por supuesto museos. Recorrerla a pie permite ir de descubrimiento en descubrimiento, y a veces es causa de accidentes como la caída que sufrió la esposa del tecleador en el rugoso piso de la Plaza de España, por lo cual regresó a México con puntadas en la nariz.
Esta urbe no fue fundada por españoles, sino por musulmanes, y su Palacio Real donde estuvimos junto al trono de Juan Carlos de Borbón (padre del rey Felipe VI), tampoco lo hizo un arquitecto español, sino un italiano.
La ciudad cuyo emblema es una osa parada en dos patas sobre un madroño, es sede de la Real Academia de la Lengua, la española, que nos heredaron aunque, según criticaba el académico Javier Marías, allá “los informativos de TVE son una verdadera escuela de trituración de la lengua”. No obstante, hay un Barrio de las Letras donde están los restos de Miguel de Cervantes, autor del Quijote, y la casa donde nació el poeta y dramaturgo Lope de Vega Carpio. Los españoles con quienes tratamos hablaban sin acento, de manera clara y comprensible, pero llevábamos el temor de no entenderles; tal vez la dificultad sea en las provincias.
Madrid es, asimismo, esa ciudad a la que cantó el compositor mexicano Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino, mejor conocido como Agustín Lara (1897-1970), en su famoso chotis ‘Madrid’, que interpretó por primera vez ante los madrileños la cantante también mexicana Ana María González, cuyo nieto Luis Octavio, por cierto, fue nuestro compañero de trabajo en la agencia de noticias Notimex.
De acuerdo con el sitio letras.com, esta composición de Lara es “un homenaje lírico a la capital de España, lleno de referencias culturales y un profundo cariño por la ciudad”, con citas del barrio Lavapiés, las calles Gran Vía y Alcalá y el bar Chicote. ‘Madrid’, es también una de las 25 canciones que integran la Suite Española de Lara y que el cantante Rodrigo de la Cadena dice haber sido el primero en grabar completa. Nosotros contamos con la grabación hecha por nuestro suegro, el tenor Gilberto Vázquez Moreno (1919-2012).
Ya de regreso podemos decirle a Madrid, como en el chotis de Agustín Lara, que “en México se piensa mucho en ti”. En próximas entregas platicaremos detalles de lugares visitados en este viaje donde destacaron los paseos culturales.
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José Antonio Aspiros Villagómez
Licenciado en Periodismo
Cédula profesional 8116108 SEP