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25 noviembre,2025

El Rincón del Giróvago

  • No estamos peor que antes, aunque las redes sociales digan otra cosa
  • J. Alejandro Gamboa

Clase Turista

Crecí entre los restos de la “modernización” salinista, el Fobaproa, la guerra contra el narco de Calderón y el cinismo peñista. No me lo contaron. Lo vi, lo sufrí, lo pagué en salarios miserables, universidades públicas recortadas, inseguridad creciente y medios de comunicación vendidos al mejor postor.

Hoy veo algo que me inquieta profundamente. Una parte importante de la etiquetada generación Z mexicana, alimentada por algoritmos de TikTok, Instagram y YouTube, repite como eco que “México es un narcoestado”, que “todo está peor que nunca” y que “antes al menos había orden”. Mientras tanto, sectores conservadores de clase media y alta suspiran, casi en serio, por la idea de una intervención de Estados Unidos o por gobiernos abiertamente entreguistas.

Y no puedo quedarme callado. Hace poco releí a Umberto Eco y su gran libro, Apocalípticos e integrados. Él hablaba de aquellos intelectuales que, frente a la cultura de masas, escogen la postura cómoda al declararlo todo decadente, corrompido, perdido. Son los “apocalípticos”. No se comprometen con el futuro, solo lloran un pasado idealizado.

Hoy veo una versión mexicana de esos apocalípticos. Influencers que hablan de “narcogobiernos” en videos de 30 segundos; opinadores de televisión que llevan décadas cobrando de los mismos grupos empresariales; tuiteros que se presentan como paladines de la “verdad” pero solo reproducen líneas de campaña.

Y su discurso simplón es que antes estábamos mejor, ahora todo es desastre. No les interesa la historia real ni los datos; les interesa mantener una sensación permanente de miedo e inestabilidad.

Algo clave que Eco decía es que no podemos analizar los nuevos medios con la nostalgia del “hombre renacentista” que ya no existe. No podemos evaluar los últimos dos sexenios como si viniéramos de una época dorada de honestidad y bienestar. Venimos de décadas de privatizaciones salvajes, endeudamiento, fraudes electorales, salarios de hambre y guerra mal planteada contra el crimen organizado.

Si olvidamos eso, cualquier juicio se vuelve propaganda. Qué sí cambió con la Cuarta Transformación, eso está por verse. No podemos reescribir el rumbo de este país en tan solo sexenio y medio, cuando 60 años cimentaron la cultura de la corrupción, “el que no transa no avanza”, “que roben pero que nos den”, etc.

No debemos idealizar a ningún gobierno, pero me gusta partir de datos duros como debe ser. Según estudio de BBVA Entre 2018 y 2024, la pobreza en México bajó de aproximadamente 42% a 29.6%. Son más de 13 millones de personas que dejaron de vivir en situación de pobreza, y la pobreza extrema también descendió. ¿Es suficiente? No. ¿Es irrelevante? Tampoco.

El salario mínimo, que estuvo deprimido durante más de treinta años, prácticamente se triplicó durante el gobierno de López Obrador, con aumentos anuales por encima de la inflación. En 2024 se ubicó alrededor de 248.93 pesos diarios en la mayor parte del país, y en 2025 subió a 278.80, mientras que en la frontera norte rebasó los 419 pesos diarios.

Por primera vez en décadas, el salario mínimo dejó de ser una mala broma y comenzó a recuperar algo de dignidad. Se impulsaron programas sociales que, nos gusten o no sus detalles, tienen un impacto real en la vida cotidiana. Se da pensión universal para personas adultas mayores, que hoy es un derecho, no una dádiva discrecional, y becas para estudiantes de bajos recursos, que permiten que muchos jóvenes sigan en la escuela.

El programa Jóvenes Construyendo el Futuro, ha capacitado a más de 3.2 millones de jóvenes que no estudiaban ni trabajaban, con beca y seguridad social del IMSS mientras se forman en un centro de trabajo.

¿Todo funciona perfecto? Claro que no. Hay problemas de operación, clientelismo local, empresas fantasma, simulación en algunos centros de trabajo. Pero, aun con sus fallas, es la primera política pública que toma en serio a esa generación a la que hoy los algoritmos le venden la idea de que el país es un “estado fallido”.

Claudia Sheinbaum, con más del 70% de aprobación social, llegó a la presidencia comprometiéndose a darle continuidad a lo que se llama la Cuarta Transformación. En este primer tramo de su gobierno mantuvo y amplió los programas sociales, y ha planteado el Plan México, un esquema de desarrollo con 13 objetivos que incluyen reducción de pobreza y desigualdad, inversión en infraestructura y transición energética, con un portafolio de inversión estimado en 277 mil millones de dólares hasta 2030.

La presidenta también anunció que seguirán los aumentos al salario mínimo en torno al 12% anual, nuevamente con respaldo de sindicatos y parte del sector empresarial. Y No es poca cosa para un país que durante años se arrodilló ante el dogma de que subir salarios era “inflacionario” y que el mejor programa social era “el mercado”.

La violencia no desapareció, correcto. En 2024 se registraron más de 33 mil homicidios, con una tasa cercana a 25.6 asesinatos por cada 100 mil habitantes (INEGI).  Human Rights Watch calcula que nueve de cada diez homicidios siguen en la impunidad. Aquí no hay historia rosa.

Pero tampoco es honesto decir que la violencia empezó con López Obrador o con Sheinbaum. La militarización de la seguridad pública se disparó en el sexenio de Calderón con su “guerra contra el narco”, se profundizó con Peña Nieto, y el tejido institucional ya venía roto desde antes. Los cárteles no aparecieron en 2018; llevan décadas creciendo a la sombra de gobiernos internos y externos (EUA).

Historia corta de nuestro entreguismo. Para otro artículo, hablaremos de la cultura del entreguismo de las clases medias. Del deseo de ser colonia gringa, y de la ignorancia de algunos jóvenes que han aprendido que el dinero vale más que las convicciones o los valores. En otra ocasión, abordaremos esto. Como dicen los clásicos: Continuará.

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