- Pero… el daño está hecho
- “Te digo que no/ porque ya no extraño/ como antes tu ausencia…” Carlos Lico
- Por Moisés Sánchez Limón
Clase Turista
Dejémonos de mascaradas, primo hermano.
Disfrutaste del poder como el máximo oligarca del país. No más un par de zapatos, no más trajes baratos y corbatas corrientes.
¿Te atreverás a ir a un restaurante de Polanco, de Santa Fe o una fonda de Peralvillo y Santa Julia? Ya dijiste que no usarás los aeropuertos públicos, porque te insultan y mientan la madre.
No creo que decidas ir a esos comederos de postín menos a los de menú del día con consomé, arroz y guisado. Te correrán y negarán el servicio, como ya lo han hecho con ciertos aduladores tuyos, mercenarios de la barra que ayer se quedó sin cliente.
Estás investido perro del mal que agravió a todo el mundo, incluso a los pobres que llamaste solovinos, animalitos a los que haya que ayudar porque no saben hacerlo por cuenta propia, dijiste.
Paulatinamente los pobres tendrán otros salvadores y se olvidarán de ti; además, ya no habrá acarreadores de cuotas en colonias populares y cinturones de miseria que se conforman con lo que Bienestar les acerca, pero no enseña a superarse.
¡¿Para qué?! Los pobres, como lo citó la licenciada Yeidckol Polevnsky , deben quedarse pobres porque cuando se vuelven clase media olvidan a quién los ayudo. Bueno, tú dijiste que los pobres son confiables porque apoyan y no preguntan.
¡Ay!, Andrés Manuel.
Odiabas tanto a los ricos y Dios te castigó: te convirtió en uno de ellos.
¿A poco no? La Chingada y sus alrededores están de lujo, ¿te mereces los lujos? Te acostumbraste a ellos y a comer con manteca, como dicen en mi pueblo al que le va bien.
No lo niegues. Tu familia, tus hijos, tus compadres y amigotes tienen las alforjas llenas y un horizonte mínimo de seis años para transitar entre los nuevos negocios y la impunidad que les bordaste con demagogia.
Sí, Andrés Manuel.
Déjate de papelitos cursilones como esas lágrimas que ayer perlaron tu mirada, cuando te cantaron esa pieza de fin de cursos, acepta la realidad que te sacudió con esa tu prensa que anda en busca de nuevo dueño.
Hoy despertaste de ricachón, con el sinsabor de pensar en cómo joder a México sin escalas, pero ya no eres, oficialmente ya no eres. Y no puedes joder más, a menos que lo admita la Princesa Caramelo.
Dormiste entre sábanas nuevecitas, harto diferentes a las que te envolvieron durante tus sueños de opio y los abruptos despertares, bañado en sudor, cuando sentías que tus fantasmas te alcanzaban y tus muertos alzaban la alfombra.
Entonces tenías el poder y te importaba un pito lo que, adorándote, el populacho de ti dijera y más te valía madre que la clase media te aborreciera porque, contra lo que asegurabas en tus soliloquios, a los ricos, ricos, los machuchones, no les importas.
Y nunca les importaste. Por eso tus rencores, tu sed de venganza contra quienes, jet set de la clase política en tu tierra y en la capital del país, no te admitieron. Te aceptaron, sí, como parte del folclor que los dueños del poder contratan para divertirse y, como hoy lo sabes porque lo has practicado durante cinco años y diez meses, tuviste marionetas que te sirvieron.
Les decían floreros porque ahí estaban silentes integrantes de tu gabinetazo y, carentes de rubor, aceptaban dócilmente lo que les ordenabas.
¡Ajajá! Pero qué tal el domingo, en la víspera de que tus pantuflas aparecieran bajo la cama en la casa de Tlalpan.
¿Y?
Hete aquí ronroneando en Palacio al mismo gatopardo que se confunde con cada tibor de anciana talavera que se retrata en los pulidos espejos, corredores entrelazados con adoquines de añoso roble.
El centro del poder de los poderes
¡Ay! Por ahí habrá de caminar en los nocturnos espacios de reflexión solitaria la Princesa Caramelo ungida presidenta.
Aunque se les pasó la mano y, amén de atractiva, estos hombres que no se acostumbran a ceder bártulos de poder a la mujer, le han aplicado toda una suerte de extraordinarios conocimientos que le significan Emperatriz de la 4T.
¿Será Emperatriz o se quedará al nivel de Princesa porque tú eres Su Alteza Serenísima?
¿Será, Andrés Manuel, como el domingo lo dijiste en tono de broma y veras, ella no será vulgar que pinte su raya como otros en otras conclusiones de sexenio lo han hecho?
Lo cierto, estimado Santo Niño de la Charca del Zócalo, es que formal y oficialmente ya no eres. Este martes 1 de octubre de 2024 despertaste en cama nueva, pero sin poder, porque legalmente la doctora Sheinbaum, tiene toda la libertad y el poder de mandarte literalmente a la chingada.
Sí, sí, por supuesto, es difícil que ello ocurra. Si no para qué demonios todo este bordado que hiciste para no quedar en el absoluto desamparo. No, que te respeten, chingao. A quién deben, la Princesa Caramelo incluida, poder y dinero que, hoy les da estabilidad, con brochazo de honestos.
Bueno, bueno, primo hermano, hablando en plata es puro cuento eso de que te quedas un rato en la Ciudad de México para aclimatarte. Oteaste riesgos; eres bien listo y por ahí te diste cuenta de que no todo era miel sobre hojuelas en la transición.
¿Enemigos a la vista? ¡Por supuesto, Andrés Manuel! En política los pactos de sangre y juramentos de lealtad no son para siempre. ¿Quién te garantiza lealtades de los Murat, Yunes, Ávila y todos esos etcéteras que llegaron a Morena como Quinta Columna?
Incluso de los tuyos que se agarraron del chongo y denunciaron lo que es público: el uso de recursos y programas públicos para hacerse del poder. Será que ya olvidaron la denuncia de Marcelo contra Claudia, con documentos, pues.
No, primo hermano, seguirás con esos abruptos despertares de madrugada cuando la pesadilla de la traición corra al parejo de las convicciones de los nuevos dueños del poder de que ya no eres su dueño.
Hoy, me adelanto a la escena en el Palacio Legislativo de San Lázaro. Los tuyos, la mayoría de los senadores y diputados federales gritarán “¡es un honor estar con Obrador!” Y correrá el telón.
Oficialmente, desde hoy, no son tus empleados ni colaboradores ni amigos. En política, lo sabes por experiencia y órdenes tuyas, la palabra ni por escrito. ¿A poco no, Drakko? Digo.
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