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23 noviembre,2024

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  • Celebran sus aniversarios los museos de Historia y Antropología
  • Por José Antonio Aspiros Villagómez

Clase Turista

Acababa de nacer este tecleador en Tacubaya, muy cerca del Castillo de Chapultepec, cuando el presidente Manuel Ávila Camacho inauguró ahí el Museo Nacional de Historia. Y acababa de debutar profesionalmente como reportero, cuando el presidente Adolfo López Mateos abrió el Museo Nacional de Antropología en el Paseo de la Reforma y cubrimos la ceremonia para la Agencia Mexicana de Servicios Informativos (AMSI).

 

Se trata de dos de los más importantes museos del país, aunque mucha gente confundida sigue llamando al segundo de ellos “de antropología e historia”, cuando no es así. En el pasado sí estuvieron juntos en un edificio de la calle de la Moneda –Centro Histórico de la Ciudad de México–, donde está desde diciembre de 1965 el Museo Nacional de las Culturas del Mundo.

 

Con 80 años el de Historia y 60 el de Antropología cuyo archivo sufrió filtraciones de agua en la actual temporada de lluvias pero no hubo daños, tienen sin embargo un pasado tan remoto que sus antecedentes datan de tiempos del México colonial (Nueva España) y los virreyes Bucareli y Revillagigedo emitieron las primeras disposiciones para la conservación de antigüedades.

 

Tomamos datos de un artículo que escribimos hace 40 años en Servicios Especiales Notimex, para indicar que Antonio María de Bucareli y Ursúa, cuadragésimo sexto virrey de Nueva España entre 1771 y 1779, dispuso que todos los documentos históricos reunidos por el italiano Lorenzo Boturini, a quien le fueron incautados y luego lo deportaron a su país, fueran concentrados para su estudio en la Real y Pontificia Universidad de México.

 

Más tarde, al hacerse en 1790 la renivelación de la Plaza de la Constitución de la capital mexicana, fueron encontradas importantes piezas arqueológicas entre las que destacan la diosa Coatlicue y la Piedra del Sol o Calendario Azteca, y por primera vez la autoridad española ordenó su conservación en lugar de destruirlas como hicieron antes los conquistadores con los llamados objetos idolátricos.

 

Era virrey Juan Vicente Güemes Pacheco de Padilla, segundo conde de Revillagigedo, cuando aparecieron esas piezas mexicas y determinó que también se instalaran en la Universidad, con excepción del Calendario Azteca que fue colocado en un muro lateral de la Catedral Metropolitana.

 

Ese fue el principio de los museos en México, que ya como tales se establecieron mucho después. En el siglo XIX los presidentes Guadalupe Victoria y Anastasio Bustamante ordenaron la construcción de lo que en realidad sería el primer museo de antropología de México, pero la inestabilidad política en esa época aplazó el proyecto, en el que el historiador Lucas Alamán había puesto todo su empeño.

 

Pasaron 41 años desde que Guadalupe Victoria emitió el primer decreto, para que se cumpliera la expectativa de un museo, pues fue el emperador Maximiliano de Habsburgo quien lo inauguró el seis de julio de 1866 en una casona de la calle de la Moneda, donde quedaron expuestas las colecciones de antropología, historia de México e historia natural reunidas hasta ese momento.

 

Los objetos relativos a la historia natural fueron trasladados al Museo del Chopo alrededor de 1908, mientras que, en 1910 durante las fiestas del Centenario, el presidente Porfirio Díaz reabrió el museo  de la Moneda solo con las dos primeras colecciones.

 

Ya en 1884 Díaz había dispuesto que el alcázar del Castillo de Chapultepec fuera la residencia del representante del Poder Ejecutivo. Esa práctica duró -con algunas interrupciones- hasta el periodo de Abelardo L. Rodríguez (1930-1934). El presidente Lázaro Cárdenas fue el primero en instalarse en Los Pinos, y a él correspondió la decisión de mudar el Museo Nacional de Historia precisamente al Castillo.

 

Así lo decretó el 13 de diciembre de 1940, si bien la inauguración fue hecha por su sucesor, Manuel Ávila Camacho, el 27 de septiembre de 1944, por lo que este mes se celebra su LXXX aniversario.

 

El historiador y diputado constituyente Jesús Romero Flores explicó alguna vez que él, como jefe del Departamento de Historia del Museo Nacional, había sugerido el cambio de sede al general Cárdenas.

 

De esa manera quedaba solamente el Museo de Antropología en el edificio de la antigua Casa de Moneda, a un costado del Palacio Nacional, y ahí permaneció por otros 20 años hasta que el presidente Adolfo López Mateos acordó construir un nuevo local.

 

En solamente 19 meses, un ejército de arquitectos, ingenieros, historiadores, artistas, arqueólogos, pedagogos y otros especialistas hizo el milagro de construir un moderno inmueble, instalar las salas previa investigación etnográfica y recopilación tanto de piezas como de colecciones, y realizar otros trabajos accesorios, todo bajo el mando central del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez.

 

El presidente López Mateos inauguró el Museo Nacional de Antropología el 17 de septiembre de 1964, acompañado entre otros funcionarios por Ramírez Vázquez, el secretario de Educación Jaime Torres Bodet, y el jefe del Departamento del Distrito Federal, Ernesto P. Uruchurtu. Las notas periodísticas que elaboramos fueron dictadas por teléfono a la agencia informativa y por ello carecemos de testigos.

 

Pero indicaban, además de los discursos, que para esta obra se dispuso de un presupuesto de 170 millones de pesos, fue seleccionado un terreno de 70 mil metros cuadrados en el bosque de Chapultepec y ahí se construyó el recinto de dos plantas con un patio central donde destaca el mayor techo del mundo sobre una sola base.

 

Se trata de una cubierta rectangular en forma de paraguas, cuyo soporte central está rodeado por una caída de agua en forma de círculo que semeja una fuente invertida.

 

Afuera del Museo de Antropología, un monolito de ocho metros de altura, 168 toneladas de peso y mil 500 años de antigüedad -la escultura más grande de América- saluda a los visitantes.

 

Originalmente se le identificó con Tlaloc, el dios azteca de la lluvia. Después, los especialistas opinaron que más bien era la diosa del agua, Chalchiuhtlicue, la de la falda de jade.

 

Cualquiera que sea su representación, la deidad prehispánica yacía en el lecho de un río a la altura de Coatlinchán, pueblecillo del Estado de México a 48 kilómetros de la capital del país, y su hallazgo por parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia significó una tragedia para los habitantes del lugar.

 

Para ellos, Tlaloc o Chalchiuhtlicue les brindaba el agua de lluvia necesaria para sus riegos y su consumo humano. Quitarles a su ídolo podría desatar una calamidad y, por ello, cuando tras un año de preparativos el monolito ya estaba instalado en el transporte que lo llevaría a su nuevo destino, profirieron amenazas, sabotearon el camión, cortaron los cables que ataban la piedra y ésta rodó al suelo.

 

Fue necesario que el Ejército protegiera la nueva maniobra, y que tanto las autoridades encabezadas por Ramírez Vázquez, como un viejo maestro del pueblo, convencieran a la gente de la importancia de rescatar para la cultura de toda la nación su antigua deidad.

 

Finalmente, el 16 de abril de 1964 el convoy hizo su recorrido entre Coatlinchán y Chapultepec. Miles de personas acudieron a ver la caravana a lo largo de las calles de la ciudad, que recibió al dios de la lluvia o diosa del agua, con una tormenta inusual en esa temporada. Ahora ya no extraña que llueva -y mucho- por estas fechas, como ha venido ocurriendo en la capital del país.

 

En diciembre de 1985 hubo un robo de piezas valiosas en varias salas del Museo de Antropología, que tiempo después fueron rescatadas en su mayoría porque nunca salieron del país, pero esa es otra historia que ya hemos contado completa en diversas ocasiones.

 

 

 

 

José Antonio Aspiros Villagómez

Licenciado en Periodismo

Cédula profesional 8116108 SEP

antonio.aspiros@gmail.com

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