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22 noviembre,2024

Textos en libertad / Experiencias de un médico mexicano en Sudáfrica

  • Por José Antonio Aspiros Villagómez

Clase Turista

                  De acuerdo con el último reporte trimestral (2023) del Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, 16 de las 50 ciudades más violentas del mundo están en México, país al que le siguen Brasil (10), Colombia (8), Estados Unidos (6), Sudáfrica (4), Honduras (2) y, con una ciudad cada nación, cierran la cincuentena Trinidad y Tobago, Haití, Ecuador y Jamaica.

         Por su tasa de homicidios encabezan la lista Colima y Ciudad Obregón, seguidas por la capital haitiana, Puerto Príncipe, mientras que Mandela Bay, en Sudáfrica, aparece en noveno lugar, y mencionamos este último dato porque un médico mexicano nos compartió sus experiencias e impresiones en un hospital de ese país, donde atendió a víctimas de la violencia urbana.

         El doctor Jorge Alberto Ravelo Barba, quien está por terminar su especialidad en medicina intensiva en el Hospital del Mar, de Barcelona, España, pasó “poco más de cinco semanas en el tercer hospital más grande del mundo” y el mayor de África, el Chris Hani Baragwanath, que según Wikipedia ocupa 70 hectáreas, tiene 3,400 camas y emplea a 6,760 trabajadores.

         Se encuentra a 24 kilómetros de Johannesburgo, en Soweto, “un barrio muy marginado” según el relato del dotor Ravelo, y precisamente donde en 1976 la policía dio muerte a 566 niños negros que habían iniciado una huelga contra medidas del régimen del apartheid, una lucha que se extendió por el país y terminó cuando la minoría blanca gobernante aceptó la igualdad racial, el líder Nelson Mandela fue excarcelado, y ganó las elecciones presidenciales justo en abril de hace 30 años.

         “Pero aún así en la historia 30 años no es nada”, escribió el doctor Jorge Ravelo. “Se dice que para normalizar los efectos de una tragedia (genocidio) deben pasar al menos tres generaciones y aquí no ha pasado ninguna. De esta manera es que la gente en sus casas sigue armada” con pistolas y rifles “de esa guerra”, y aparte “en la ciudad se ve la diferencia (entre ricos y pobres) mucho más impactante” que en México: “es cuestión de cruzarte la calle, de un lado hay coches de hiper lujo, y del otro lado gente que camina por la autopista para ir a trabajar, esta gente (es) la que sufre atropellos”.

         Y para esa gente trabajó el galeno mexicano en Johannesburgo, la que según sus datos es “la cuarta ciudad más violenta del mundo, después de otras dos ciudades sudafricanas y Caracas”. En el ameno relato que nos compartió a través de su padre, el abogado Jorge Alberto Ravelo Reyes, aclara que “curiosamente, en donde busqué, la única ciudad mexicana que aparece en el ‘top’ 20 es Tijuana”, y “algo me dice que no sé si creerme la estadística, pero en todo caso lo que viví en Urgencias del hospital de referencia para paciente traumático, sin duda me permite decir que no sólo es una ciudad violenta, sino también llena de accidentes e infortunios”.

         De acuerdo con lo que experimentó allá en esas cinco semanas, “triste, pero así es, en el caso de Sudáfrica la diferencia social es sin duda una de las causas de estos eventos desafortunados”. Además de los atropellados que ya mencionamos, llegan al hospital Chris Hani Baragwanath las víctimas del alcohol y las drogas “que hacen efecto en la violencia; casi el 70 por ciento y posiblemente más, llegan en estado de intoxicación lo cual hace muy difícil atenderlos sin tener que usar sedantes, y muchas veces éstos se suman al efecto del tóxico consumido y hay que hacer más procedimientos por ellos”.

         Sostiene que él fue quien buscó estar en la Unidad de Emergencias Traumáticas (TEU), donde laboró de lunes a viernes, más seis guardias al mes, que es “lo habitual para mí en el hospital de Barcelona, pero recibiendo todo el tiempo uno tras otro, todo tipo de paciente traumático, y además sólo en la parte de Urgencias, a donde llegan los más graves”.

         “Por ponerlo en contexto, estoy por terminar mi especialidad en medicina intensiva en el Hospital del Mar, en Barcelona, donde (…) mi especialidad es de enfermo grave, enfermo crítico. Entonces era normal, y así lo busqué, ir a esta sección de urgencias en la parte de las resucitaciones, básicamente. A esta sección llegaban todos los pacientes por herida de bala, herida de arma blanca, accidentes de coche, quemados, precipitados y todo paciente traumático con disminución de nivel de conciencia”.

         Y abunda en su relato: “Básicamente mi papel en este lugar era recibir a este tipo específico de pacientes, que afortunadamente en Barcelona hay pocos. Por poner un número, en Barcelona nos llegan a la semana de tres a cinco pacientes traumáticos, no todos graves, y aquí (en Soweto) en una mañana tranquila llegaban cinco, y en alguna guardia de fin de semana en días de paga, cuando compran alcohol, drogas y balas (jajaja), eran noches de guardia sin descansar ni para cenar, muchas veces ni tomar agua; te escapas para tomar un café, un Red Bull o a veces dos o tres, más que por mantenerte despierto, para que cuando la adrenalina de cada caso termina, no te viniera un mega cansancio porque sabías que había un paciente más… otro más que atender”.

         “De esta manera -agrega el doctor Ravelo-, en una guardia normal atendía 15 pacientes en la noche, todos con algún criterio de gravedad, y en mi peor guardia -vamos, la más intensa- atendimos 40 en una sola noche”. ¡Vaya que sí es Johannesburgo una ciudad violenta!

         Su labor con esos pacientes era recibirlos, intentar saber qué había pasado –“difícil por mi inglés que se ha deteriorado desde que vivo en España, y porque en Sudáfrica hablan un inglés con acento distinto como en casi todas las colonias inglesas y además hablan africans que nunca logré entender”-; luego, intentar estabilizarlo lo más posible o detectar los principales problemas que estaban poniendo al paciente muy grave, y una vez estabilizados decidir la mejor prueba diagnóstica disponible”.

         En función de los datos obtenidos, decidir si se quedaba el paciente en el hospital, por cuánto tiempo había que vigilarlo, “si tienes que ir al quirófano corriendo o con calma, o si de plano no hay mucho más qué hacer”. Reconoce que “es cruel decirlo así, pero es una realidad, y sin ponernos a pensar en que posiblemente había alguno de estos pacientes que no llegaban al hospital”. Confiesa que “me gustan este tipo de emociones fuertes y creo que tengo un temple necesario para esto; aquí en esta experiencia sin duda desarrollé esta cualidad por 25”.

         En su autoanálisis agrega que “me gusta y me he formado en el manejo” de esas situaciones “y hay diversos protocolos para hacerlo más fácil o evitar complicaciones, y estoy medio acostumbrado a tener un carro de incubaciones organizado con material, donde sé qué hay y dónde está, pero aquí era un carrito mal organizado, revuelto y a veces no disponible porque está siendo usado por otro paciente”.

         “Lo que quiero decir, es que aprendes a tener ese temple. Sin duda, además de todas las herramientas y habilidades técnicas que perfeccioné en esta experiencia, las que más enriquecí fueron las habilidades no técnicas, un trabajo en equipo que aquí es difícil por varios motivos, como rotación del personal, lenguaje, vínculos y diferencias sociales entre miembros del equipo, y esa habilidad de ser paciente.”

         “Hoy que me vuelvo a casa -finaliza en su crónica el médico Ravelo, quien no se volverá a “acostumbrar a tenerlo todo a mano y al momento”- lo hago mega agradecido por la experiencia. Un antes y un después”, con “mucho aprendizaje personal y que reafirma muchos de mis ideales en mi vida, personal, profesional y de recreación”.

         Y como a su juicio “la mejor manera de gastarnos el dinerito que tenemos es viajando, conociendo otras maneras de vivir, de pensar, de relacionarse y comer”, el médico Ravelo Barba disfrutó del tiempo libre. Por ejemplo, junto con otros compañeros visitó un parque nacional “lleno de animales salvajes”, en un safari de cuatro días en que vio muchas especies y tuvo “un acercamiento impresionante -a un metro de mí- con una elefanta y su cría” y “con las leonas es impresionante ver cómo se mueven con alma y elegancia muy característica”.

         Al final regresó al Hospital del Mar, en Barcelona, a donde ingresó hace varios años y cuyas experiencias allí fueron publicadas en su momento por su abuelo, nuestro extrañado colega y amigo don Carlos Ravelo y Galindo (1929-2022), en su columna ‘En las Nubes’.

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