- Obra académica examina el saqueo de murales en Teotihuacán
- Por José Antonio Aspiros Villagómez
Clase Turista
(Primera parte)
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) celebrará este 14 de noviembre el Día Internacional Contra el Tráfico Ilícito de Bienes Culturales, que seguramente se traducirá en acuerdos para seguir intentando que los países expoliados recuperen objetos de su patrimonio que ahora están en museos de Europa y Estados Unidos principalmente, así como en casas de subastas de Roma, París y Nueva York, y en manos de coleccionistas particulares y comerciantes clandestinos.
Unos días antes de esta celebración de la Unesco, la doctora Rita Sumano González, miembro de la Academia Nacional de Historia y Geografía (ANHG), presentó su libro Saqueo arqueológico y protección jurídica del patrimonio cultural mexicano durante el siglo XX, donde trata sobre el expolio ocurrido impune y escandalosamente entre 1960 y 1964 en un lugar de Teotihuacán llamado Amanalco, a menos de medio kilómetro de la Pirámide de la Luna.
Usted que ha visitado en Museo Nacional de Antropología en la Ciudad de México, habrá visto en la Sala Teotihuacán una vitrina con fragmentos de lo que la cédula correspondiente nombra Murales Wagner procedentes del conjunto de Techinantitla, con datos de lo que muestran: una serpiente emplumada, árboles y glifos, pero sin mayor explicación de por qué se llaman así.
Y por ello la autora del libro presentado concluye que Amanalco está sometido a un doble olvido: el que permitió su expolio, y el que ignora su historia y oculta la cronología detallada de su propiedad, custodia y ubicación después del saqueo.
Porque si busca obras para saber más en la pequeña librería del museo -como hicimos-, sólo encontrará folletos para visitantes en diversos idiomas, sin la información del caso.
Y eso es así, porque los murales, como nos dice en su libro la doctora Sumano, fueron robados en pedazos por alguien que “estaba conectado con coleccionistas y con funcionarios del Instituto Nacional de Antropología e Historia” (INAH) para luego venderlos -por supuesto furtivamente- a un coleccionista estadunidense llamado Harald Wagner, quien a su muerte en 1976 sin a su vez haber podido lucrar con esos frescos, los donó al Museo de Young, de San Francisco, California.
Sabedor del origen ilegítimo de los fragmentos, este museo californiano se propuso negociar con el INAH la restitución de la mayor parte de ellos previa restauración, pero acá lo hicieron tan complicado, que sólo tras ocho años de gestiones (1978-1986) con “conflictos y desencuentros” –dice la autora del libro editado este año por Tirant lo Blanch–, fue posible que volvieran a México.
El Museo de Young se quedó con 29 murales y México con 56, de los cuales solamente 15 se exhiben en el Museo Nacional de Antropología, algunos de ellos unidos como rompecabezas. El resto, 41 fragmentos, deben estar en las bodegas del museo.
En Amanalco, conocido también como “barrio de las pinturas saqueadas”, no quedan huellas del robo, ni tampoco se supo quiénes fueron los delincuentes. Tal vez nunca se aclare el expolio de los murales, dice la autora. Cero denuncias, cero investigaciones.
De ese saqueo no se hablaba ni hay registro ni documentación hasta ahora que la académica Rita Sumano expone los datos de su amplia investigación, aunque en 1986 el INAH informó del rescate y lo publicamos en la revista En Todamérica. “Es probable que Amanalco no haya sido un caso aislado, pero sí resulta un suceso especialmente escandaloso, dada la ubicación del Barrio (y) el volumen y extensión del expolio”, a juicio de la autora.
El estudio de caso que se trata en Saqueo arqueológico y protección jurídica del patrimonio cultural mexicano durante el siglo XX, está ampliamente contextualizado y, como su título lo indica, analiza también los pormenores que llevaron a la Unesco a aprobar en 1970 la Convención sobre las medidas que deben adoptarse para prohibir e impedir la importación, la exportación y la transferencia de propiedad ilícitas de bienes culturales, que está vigente desde 1972, así como la legislación mexicana previa a la actual Ley Federal sobre monumentos y zonas arqueológicos, artísticos e históricos, promulgada también en ese año.
Con anterioridad, era permisible que coleccionistas particulares tuvieran objetos arqueológicos bajo su custodia como lo hicieron Diego Rivera, María Félix, Josué Sáinz y otros famosos, y proliferaron los expolios y el comercio clandestino dentro y fuera del país, hasta llegar a la actualidad cuando ha sido imposible la mayoría de las veces detener las subastas en el extranjero pese a las gestiones oficiales.
Con respecto a Estados Unidos, en 1971 firmó con México un tratado bilateral “que dispone la recuperación y devolución de bienes arqueológicos, históricos y culturales robados”, aunque sin efectos retroactivos. Pero gracias a gestiones principalmente diplomáticas y decisiones espontáneas de coleccionistas de ese país, ha sido posible recuperar miles de bienes patrimoniales.
Tres académicos fuimos comentaristas en la presentación del libro de Rita Sumano González en el salón de actos de la ANHG: el general Héctor Sánchez Gutiérrez; el cronista de Santiago de Querétaro, Eduardo Rabell Urbiola, y el tecleador, moderados por la presidenta de la Academia, MD Eleonora Elizabeth Rembis Rubio.
(Continuará)