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22 noviembre,2024

Controlaban la entrada al reino del conocimiento

  • Fue muy valorado el oficio de los bibliotecarios novohispanos
  • Por Norma L. Vázquez Alanís

 

Clase Turista

 

Dentro de la historia del libro no podemos dejar de lado a una figura que lo ha acompañado en todo momento, el bibliotecario, cuyo cometido se ha modificado a la par que el objeto libro, a través de los distintos conceptos y denominaciones que ha recibido sucesivamente este invento del ser humano, y en el cual ha depositado su memoria, dijo la doctora en Letras, Verónica de León Ham.

 

Al abordar el tema de la persona encargada del funcionamiento de una biblioteca novohispana, dentro del ciclo de conferencias ‘Historia del libro en Nueva España’, organizado por el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM) Fundación Carlos Slim, la Universidad Iberoamericana Ciudad de México y el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la doctora De León Ham destacó la importante labor de este personaje un tanto relegado por la historia.

 

El bibliotecario de la antigüedad, luego el medieval y posteriormente el de la modernidad y la edad contemporánea hasta el de nuestros días, se ha adaptado conforme a las nuevas necesidades, modas, épocas, corrientes filosóficas, imprentas o tecnologías, a las herramientas e instrumentos con los que se le ha dotado en cada momento para la realización de su valiosa tarea.

 

La doctora De León Ham tituló su conferencia ‘Bibliotecarios novohispanos: el ser y el hacer de una figura señera en la historia de las bibliotecas de la Nueva España’ e indicó que su trabajo se basó en una investigación en la que participó con la maestra en Letras Clásicas por la Universidad Nacional Autónoma de México, Elvia Carreño, quien abordó fuentes primarias para el estudio de los bibliotecarios en la colonia, a fin de determinar de qué manera se le asignaba esa función, cuáles eran sus quehaceres y deberes, así como qué cualidades debía tener.

 

El resultado fue la publicación de la obra El mundo en una sola mano, bibliotecarios novohispanos (premio al arte editorial de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana, 2014), que aporta información obtenida de los inventarios de seis bibliotecas sobre algunas acciones de los bibliotecarios relacionadas con el acervo, el inmueble y los usuarios, donde se habla sobre los libros que se leían, cómo estaban ordenados, bajo qué patrones se catalogaban, cómo estaban dispuestos los estantes o libreros, y los sistemas de préstamo tanto en sala como cuándo eran llevados a las recámaras particulares de los sacerdotes o seminaristas, entre otros muchos temas de interés.

 

El oficio de bibliotecario, quehaceres y deberes

 

Refirió la ponente que en su libro El infinito en un junco, la filóloga española Irene Vallejo escribe que en el mundo antiguo Demetrio de Falero fue quien inventó el oficio de bibliotecario, hasta entonces inexistente en la gran biblioteca de Alejandría, y de quien la autora resalta su hacer, que es la esencia de esta profesión. “Demetrio debió comprender que poseer libros es un ejercicio de equilibrio sobre la cuerda floja; un esfuerzo por unir los pedazos dispersos del universo hasta formar un conjunto dotado de sentido; una arquitectura armoniosa frente al caos; una escultura de arena; la guarida donde protegemos todo aquello que tenemos olvidado; la memoria del mundo; un dique contra el tsunami del tiempo”.

 

La frase “formaron un conjunto dotado de sentido”, por supuesto alude a la organización, clasificación y ordenamiento de los materiales de una biblioteca, el llamado “ordo librorum” u orden de los libros, explicó la especialista. Bibliotecarios como Calimaco de Alejandría, Apolonio de Rodas, Eurípides Eusebio de Cesárea, Teofrasto Eumenes, segundo Tolomeo, o Aristófanes de Bizancio en la antigüedad, o en tiempos más recientes Thomas James, el primer bibliotecario de la Bodleiana en Oxford, Inglaterra; Gabriel Naudé, bibliotecario en Francia; Benito Arias Montano, bibliotecario en España, conforman la historia de estos personajes como procuradores y guardianes de las bibliotecas en el mundo.

 

El bibliotecario residente de los tiempos pasados tenía en sus manos el proceso para la organización y clasificación del acervo, lo cual incluía ordenar los libros, catalogarlos y clasificarlos por materias o temas como física, biología, astronomía, lógica, ética, estética, retórica, política, metafísica y un sinfín de disciplinas, registrar títulos y nombres, imprentas y volúmenes, aparte de otras muchas actividades relacionadas con el control de visitas a la biblioteca, la limpieza del inmueble y del acervo, la restauración de las obras dañadas, la encuadernación de los volúmenes que lo necesitaran, la administración de los dineros, la reproducción de manuscritos, la transmisión del conocimiento, entre otras muchas labores, comentó la doctora De León Ham.

 

A lo largo de tres siglos de colonia, expuso la especialista, en la Nueva España existieron diferentes tipos de bibliotecas de carácter público y privado. Las hubo conventuales, colegiales, de seminario, universitarias públicas o particulares, y dependiendo del tipo de que se hable, encontraremos bibliotecarios con características propias; éste era un oficio necesario y muy valorado, pues su función no sólo era operativa, sino que también proporcionaba una formación espiritual e intelectual.

 

Refirió que cuando se asignaba el cargo o título de bibliotecario a una persona, ya fuera secular o laica, se le entregaban las llaves de la biblioteca, lo cual metafóricamente significaba tener el control de la entrada al reino del conocimiento. Asimismo, se le encargaba el cuidado no sólo del acervo, sino también de todo lo que ahí se encontrara.

 

En los documentos que custodia la Biblioteca Nacional de México acerca de las funciones del bibliotecario, que datan de 1705, 1729 y 1754, se establece que “no debía permitir que se sacara del recinto libro alguno sin su consentimiento y quien así lo hiciere debería dejar papel escrito y firmado de los libros que sacare”. Además, ninguno podría sacar más libros que “el que perteneciera a su facultad y materia que de presente estuviere estudiando, y para lo demás que necesitaren irían a estudiar y escribir en la librería”.

 

Una vez que el bibliotecario recibía las llaves de la biblioteca, tenía que dotar el inmueble de seguridad con cerraduras y herrerías en las ventanas, procurar las mejores condiciones atmosféricas para que no se afectaran los documentos, acatar los lineamientos establecidos por el superior de la orden y el ecónomo para que los usuarios o personas ajenas o incluso agentes naturales no pudieran dañar el acervo, levantar un inventario, mandar un reporte a los superiores y ordenar su debida encuadernación para garantizar su preservación futura.

 

La llegada de la imprenta dio lugar a un constante crecimiento en la producción de libros y en el transcurso de tres siglos de colonia se presentó la necesidad de ordenar todo ese material, lo que implicó crear nuevas técnicas respecto a lo que en ese tiempo se denominaba ordenación de los libros y que actualmente corresponde a la catalogación y la descripción bibliográfica, formando los llamados inventarios o memorias, que equivalen a los catálogos de hoy día. Esta actividad se consideraba la principal y más importante de los bibliotecarios de todo el mundo en esa época.

 

(Concluirá)

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