- ¿Poder o amor? Los dos tipos de lenguaje
- Por Ivette Estrada
Clase Turista
La elección de palabras puede catapultar nuestra confianza y poder ante los demás…o sembrar la desconfianza e incertidumbre.
Cuando los comunicadores parecen más seguros, aumentan su poder de convicción a una audiencia compuesta por los directivos de una organización, equipo de trabajo, posibles inversores o grupo de alumnos.
¿Cómo logramos que nuestra audiencia sea más propensas a escuchar, cómo aumentamos la capacidad de persuasión? Hablar con confianza. El titubeo, las ideas dispersas y mal articuladas generan confusión y renuencia. En cambio, “hablar con poder” convence y se convierte en una herramienta esencial de seducción.
El lenguaje poderoso tiene cuatro características:
La primera es deshacernos de los setos.
Cuando alguien dice «alrededor», «discutiblemente», «creo», «generalmente», «más o menos», «tal vez», «presumiblemente», «rara vez» o «generalmente», se blinda de los errores. Expresa incertidumbre de una manera u otra. Entonces, la cobertura socava su impacto, porque al compartir pensamientos o recomendaciones, simultáneamente remarca que no tiene seguridad en lo que expresa. El mensaje subyacente es que “no vale la pena lo que digo”.
La segunda clave del lenguaje poderosos es usar definidos. Es decir, emplear palabras tajantes como «definitivamente», «claramente» y «obviamente», que eliminan cualquier atisbo de duda. Estos «definitivos» hacen más que señalar una falta de incertidumbre. Indican que las cosas están claras. Proyectan confianza y hacen que los oyentes sean más propensos a seguir recomendaciones o puntos de vista.
El tercer elemento del habla poderosa es no dudar.
En el habla cotidiana, la mayoría de nosotros decimos cosas como «uh», «mmm» y «er» mucho. Usamos este tic verbal común cuando estamos recogiendo nuestros pensamientos o decidiendo qué decir a continuación. Pero cuando se usa con demasiada frecuencia, pueden debilitar lo que se expresa.
Finalmente, convertir el pasado a presente genera más impacto.
El tiempo pasado sugiere que algo era cierto en un momento dado para una persona en particular. Decir «La solución funcionó bien» indica que se pensó que la solución era efectiva cuando la implementaste. El tiempo presente, diciendo «funciona bien», por ejemplo, sugiere estabilidad, algo más general y duradero de lo que se está relativamente seguro. No solo funcionó bien en el pasado, sino que también lo hará en el futuro.
Ahora, vamos al lenguaje “amoroso”. Este convence de manera diferente. Es mostrarse a un auditorio más agradable, simpático y confiable. Se emplea para pasar desapercibido, evitar llamar la atención y posicionarse como una persona genuina.
Es conveniente cuando se es nuevo en un grupo, cuando la misión no es destacar sino aprender de un entorno determinado y cuando se quiere actuar con humildad. Si el lenguaje poderoso es para imponer puntos de vista y directrices, el lenguaje amoroso es para gustar.
Y el lenguaje amoroso emplea un tono suave y pausado, es breve, el tono empleado es positivo, reduce el habla a una tercer parte y los demás se enfoca en la escucha efectiva. Se trata de estimular a los demás a comunicarse y ponerse en un casi invisible segundo plano.
¡Cuándo se debe emplear uno u otro lenguaje? Depende de que se quiera proyectar: ¿dominio del tema o accesibilidad, fuerza o dulzura? Son trucos de lenguaje que no deben desetimarse. En el lenguaje no verbal el poder se proyecta con una figura erguida mientras la cabeza ladeada caracteriza al lenguaje amoroso.